lunes, 29 de diciembre de 2008

La placita de los fantasmas

El banco de cemento estaba frío. Podía sentir la humedad traspasándome los pantalones. Un descanso, me tomo diez minutos y sigo. La tardecita gris de otoño, apresurada, imitaba al invierno.
Unos minutos atrás cruzaba el nuevo portón de rejas, ante la atenta mirada del cuidador, guardia….o no se bien cual es el nombre versión siglo veintiuno.
Los apagados sonidos circundantes me sumergían en una somnolencia esporádicamente interrumpida por el rugir del motor de algún vehiculo lejano. Cada vez más lejano.
Las imágenes lentamente fueron perdiendo la cromaticidad. Todo se fue volviendo sepia.
Las frenéticas conversaciones de las palomas musicalizaban escena tras escena, en un murmullo caóticamente rítmico. Las hojas de los árboles y el viento acudían en su ayuda.
A destiempo, un suave rechinar de metales, y cadenas, y bujes, me llamaba hipnóticamente. Mi mirada se clavo fija en aquel geométrico montón de hierros descascarados, oxidados, exigentes de cuidados ya perdidos.
El movimiento surgió de la nada, y el lento pendular de las hamacas su sumó al giro disimulado de la calesita.
La campanilla de una bicicleta se acercaba y alejaba sincrónicamente.
Se fue poblando el paisaje. La sosegada soledad anterior le dio paso a una oleada de risitas.
Una decena de siluetas se fue corporizando, y la hamaca ya no se movía sola. Tampoco la calesita. Y las palomas se fueron agrupando en derredor de otras siluetas mayores que ocupaban otros bancos.
Y mas bicis, y una niña en patines giraba alrededor de la imponente figura ecuestre de bronce, de una solemnidad heroica que aun así no podía impedir que algunos irrespetuosos lo escalaran, buscando imitar el gesto hacia el horizonte imaginario.
Otro grupito giraba en torno al vendedor de copos de azúcar, y el mío es mas grande, no el mío, no el mío…
Sigo con la mirada a un abuelo con su nieto de la mano, caminando hacia unos puestos de feriantes, donde le comprará sus primeras monedas, para acercarlo a la numismática, bah, juntar moneditas.
El viejo ombú mimetizaba sus ramas y raíces con brazos y piernitas, y las sonrisas parecían poblarlo de diminutos frutos blancos.
Al armónico fluir de cuerpos lo interrumpió un impertinente automóvil cometa y su estela de metálicos ruidos, que no sonó tan lejano y un bocinazo que evocó, sin querer, al timbre del fin del recreo. Un soplamoco inesperado que lo sacudió todo.
Las figuras lentamente se fueron desvaneciendo, y el verde volvía a ser verde, el rojo anaranjado del polvo de ladrillos pedía permiso para ocupar nuevamente su lugar, y orgulloso el amarillento arenero mostraba que no cambiaba como un trofeo de eternidad.
Y sentí que al irse, los fantasmas me miraban sonriendo.
A paso lento, con el espíritu henchido de recuerdos, continué la marcha mientras caía la tarde.


(c)2008 - Dedicada a mi abuelo Tato.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Cuatro Elementos

Fuego mío de incontables llamaradas,
Que iluminas en las noches de hastío
Y que luchas palmo a palmo contra el frío
De la indiferencia que en silencio se propaga.

Agua que bañas de plata la morada
De este espíritu que a veces calla a gritos,
Lleva a puerto mis mensajes aun no escritos
De botellas que en mi costa hay encalladas.

Aire que llegas como brisa de mañana,
Alientos, voces, aromas, alma pura,
Vuélvete huracán y a esta amargura
Consúmela hasta que no quede nada.

Tierra que eres nosotros, ruegas, lloras,
Recuérdanos que del barro hemos venido
Y acúnanos, Madre, en tu suelo nido,
Guíanos a salir de nuestras caracolas.

Bienvenidos

Gracias por acercarse a este espacio de libertad, donde vuelco mi pasión en forma de letras algunas veces, de imágenes otras.

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