domingo, 25 de enero de 2009

La gota

Hay pequeños detalles, casi imperceptibles para el resto de los mortales, que pueden ejercer efectos impensados en algunos.
Así fue esa gota de helado, minúscula, en la punta de tu nariz. Y yo en la mesa de enfrente, extasiado espectador en inmejorable primera fila.
Fascinado por el equilibrio con que se mantenía, parecía esconderse de tu mirada, en cuyas verdes profundidades caí preso por interminables milisegundos.
Desvié rápidamente la vista, intimidado, por poco tiempo. Por el rabillo del ojo la controlaba, hipnotizado.
Se mantenía ahí agazapada, con la certeza de saberse observada.
Disimulaba de tal forma, casi podía ver que me sonreía impune.
Trate de olvidarla por un rato, bajando la mirada al libro, que me esperaba en la mesa, cuyas frases se habían desdibujado. Solo una sucesión de caracteres, procesión de vocablos incoherentes se desparramaban por las páginas.
Las letras se chocaban, se empujaban, hasta sentí que habían cobrado voz para llamar inútilmente mi atención.
Subí la mirada frenándome bruscamente en tu boca, me resistí a llegar a ella, a la gota, no a la boca, que allí pendía, aun adherida como un ligero y dulce mejillón. Forcé una estadía en tus labios, cuyo rosado pálido acusaba levemente el frío. Me perdí un rato en esos mares, tan bellos y deseables como el paraíso
Entre los dientes asomaba la lengua asincrónicamente, incansable, atrapando en cada movimiento una pequeña porción del néctar, como un trofeo, hasta alcanzar la meta.
Y ella seguía allí, la gota, y tú también.
Ya apoyé el libro cerrado, sabiendo que no volvería a él, no al menos por ahora, esa historia me podía esperar, podría regresar cuando quisiese. Suspiró resignado, no se si fue un reproche, pero creo que comprendió.
En un múltiple movimiento de un despliegue automáticamente orquestado, rodillas, espalda, silla, mesa, me encontré de pie.
No viste venir el dedo justiciero, que capturo la gota al instante. E inconscientemente la encarceló en mi boca.
Es mi día de suerte, te dije, mi gusto preferido.
El segundo siguiente fue eterno, tomé conciencia de mi impulso y la vergüenza transformada en calor me recorrió completo hasta estacionarse en mis mejillas.
Pero sonreíste, tus mejillas fueron solidarias, y de la mueca rubí broto un tímido gracias, tan liberador que temí caer de la flojera.
Me llamo Beatriz, un gusto, y yo, el gusto fue mío, presumido, me inventé Dante.
El destino nos negó más tiempo, trabajos, horarios, carreras y zanahorias.
Con un hasta pronto te fuiste, uniéndote a la marea de gente, mientras con un ojala sea pronto te veía partir todavía de pie.

(c)2009.

1 comentario:

Osvaldo dijo...

Me gustó, Pablo. Bien llevado de punta a rabo. Un episodio y muchos sentires. Un abrazo

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